A Gredos conmigo
Recuerdo la primera vez que tuve la necesidad de escaparme un fin de semana para desconectar, yo sola. En ese momento no tenía pareja, pero no me fui sola por eso, quería irme sola. Me apetecía una escapada muy personal, en la que pudiera estar en paz conmigo misma, con el entorno y en la que pudiera aprovechar para descansar y hacer aquellas cosas que me gusta hacer a mí.
Tener amistades, familia o pareja no implica que puedas hacer con ellos todo lo que te gusta o necesitas para sentirte bien. Es algo que aprendí hace tiempo, porque veía que había actividades o momentos que a mi me apetecía vivir y a mis amigas o amigos, no. Y no había nada malo en ello, es un tema de preferencias o gustos, pero hasta que asumí que era así y que no pasaba nada, me quedé sin hacer cosas que me apetecía hacer por no tener con quien hacerlas. Incluso empleaba tiempo en hacer cosas que a lo mejor a mí no me llenaban tanto, porque eran las que hacían mis amigos. Sé que es algo que todos hacemos, forma parte de ser generoso y de compartir... Pero no si se convierte en algo habitual. El paso del tiempo, me hizo ser cada vez más libre y empecé a hacer aquello que me apetecía, sola. Y la verdad es que descubrí un mundo en ello. En mi naturaleza no está quedarme sin aquello que quiero, así que imagino que fue mi propia evolución natural. :)
Recuerdo con cariño ese primer fin de semana. No fue la primera vez que viajé o que hice un plan sola, pero sí fue la primera que de forma consciente, decidí organizar algo para mí, sin más objetivo que el de desconectar del todo. No lo había hecho antes. Detrás de cada momento, actividad o viaje, siempre había algún motivo "productivo": aprender, hacer turismo, conocer esto o lo otro... En este caso, el objetivo era irme para no hacer nada. O dicho de otra manera, irme para hacer aquello que no alcanzaba a hacer en mi día a día, sin más intención que la de relajarme, dormir, leer, pasear y pasar rato conmigo. Y como no, lo que más me llamaba era irme a algún lugar que estuviese en medio de la naturaleza. Su calma es mi refill de energía. Hace que sea consciente además, del valor de las cosas bellas. Me hace sentir, reflexionar, me estabiliza y renueva completamente mis pulmones, en sentido literal y figurado. Todo se para, tan solo estoy ahí. Yo con ella, ella conmigo.
Así que, recuerdo que miré diferentes zonas a las que ir, pregunté entre mis conocidos por alguna recomendación cerca de Madrid y un buen amigo del trabajo, me recomendó ir a un sitio particular ubicado en la zona norte de Gredos, en Hoyos del Espino. No me preguntéis por qué, por aquel entonces, no había estado en Gredos. Nunca. Pero no importa, porque ese abril de 2014 estaba destinado a ser el momento y de la manera perfecta. Recuerdo que además me tomé el viaje de trayecto sin prisa, disfrutando en todo momento de las vistas que, como estaba empezando a ser primavera, eran espectaculares. Recuerdo cruzar uno de los primeros pueblos de acceso por el norte y detenerme en un alto para hacer fotos. Alucinante. Miles de tonalidades verdes y amarillas por todas partes. Restos de nieve todavía en la cima de la sierra a lo lejos. Una mezcla de emoción se apoderó de mí, me enamoré al instante. Me di cuenta de lo que me había perdido hasta el momento, pero también supe que esa visita iba a ser la primera de muchas más. Aquel espectáculo tenía que disfrutarlo más. Nunca olvidaré esa imagen en ese momento del año. Fue maravilloso.
Ese fin de semana, como parte de mi capricho particular (ya sabéis que las estancias rurales me apasionan), dormí cada noche en un sitio diferente. La primera estuve en El Milano Real un hotel clásico de montaña muy tranquilo y agradable. Es el que me había recomendado mi amigo. Sus habitaciones son muy acogedoras, cada una personalizada de forma diferente para que cada huésped elija lo que prefiere. Tiene un jardín con vistas a la sierra, espectacular. Pasé ratos super agradables en él, leyendo en calma, haciendo fotos y respirando aire puro. Recuerdo un desayuno exquisito en el restaurante que da al mismo jardín, con vistas. Seguí la recomendación sobre este hotel porque a parte de la ubicación, la estética y las valoraciones que tenía, contaba con un centro de bienestar situado en la parte trasera. Así que entre mis planes encajó a la perfección un masaje relajante a media tarde. La segunda noche estuve en una posada rural que resultó ser ideal: La casa de arriba. Me encantan ese tipo de alojamientos, son realmente mi debilidad. En un hotel disfrutas de unas cosas concretas, sí, pero si puedo elegir, siempre prefiero un lugar cercano, acogedor, auténtico. Con más sensación de hogar, que de hotel, sobretodo en la montaña. Esta posada de piedra y madera conservaba una estética rústica, restaurada y muy cuidada. Con detalles decorativos campestres, amenities naturales y productos de calidad. Una estancia super acogedora. Tenía también un pequeño jardín en la entrada, sin vistas, sin pretensiones, pero muy romántico, lleno de vegetación. Estuve muy a gusto allí también.
A parte de estas estancias, con sus pequeños momentos de relajación, disfruté de una buena caminata por esa zona de la sierra norte, siguiendo una ruta que me recomendaron y que pasaba por varios puntos conocidos. Quedé totalmente conquistada por el verde, la inmensidad, los ríos, los sonidos... Contándolo así parece que como si no hubiera hecho una ruta en mi vida, pero es que recuerdo que mis sentidos estaban más a tope que nunca. Quizá no esperaba tanto despliegue o quizá no estaba acostumbrada a ver todo eso tan relativamente cerca de Madrid.
Desde entonces he vuelto a ir una, dos y unas cuántas veces más. No he vuelto a ir sola, y aunque sé que volveré a hacerlo porque es una experiencia única, el resto de veces han sido también muy especiales por diferentes motivos. La verdad es que cada historia allí ha sido mágica. En futuros posts contaré alguna. :)
Debo mucho a esa primera vez. Ese primer contacto con Gredos: el principio de una relación con un lugar que ha supuesto muchas cosas en mi vida, en diferentes ámbitos y de diferentes maneras. Esa escapada tan especial conmigo misma que me permitió conocer que hay un estado de bienestar sencillo, que necesita poco y que nos permite estar alineados con nosotros mismos, con nuestra energía positiva. Un estado de bienestar al que, lamentablemente, y en general, nos cuesta llegar en nuestro día a día. Si bien es cierto que hay "sabios" o afortunados que sí han encontrado su punto de equilibrio diario, a la mayoría se nos ha olvidado disfrutar de nuestra vida de forma natural y simple. Lo ponemos a la cola de nuestras prioridades. Por eso luego, tenemos que buscar. Creo que siempre debe haber tiempo para uno mismo y para dejarse llevar haciendo aquello que hace sentir bien por naturaleza, cada uno lo que considere, para intentar vivir mejor. Es nuestra mejor terapia, ¿no creéis? tan necesaria para estar en paz y vivir bien.
¿Os habéis escapado alguna vez de vuestra rutina así y habéis experimentado lo bien que sienta? Contadme si queréis a través de los comentarios de este post, qué ponéis en práctica o qué os gusta hacer de forma particular para evadiros de la rutina y disfrutar de momentos únicos y personales. Estaré encantada de leeros!
Que tengáis una feliz semana.